El lamento de Eva
Que todo es vanidad y perseguir
el viento lo supimos enseguida:
cada día veíamos reflejada
en el arroyo nuestra propia imagen,
y repetidas en el otro rostro
idénticas facciones; una brisa
nos refrescaba el cuerpo a la mañana
y por las noches nos brindaba abrigo.
El nuestro era el amor de dos hermanos,
salvo que en ese entonces no existía
lo que llaman familia: no teníamos
padres, y si teníamos, se habían
ido de viaje, en un fin de semana
eterno; de volver alguna vez
encontrarían todo igual que antes:
inmaculado el baño; los sillones
sin manchas; convenientemente ocultas
las botellas vacías. El deseo
nunca llegaba a molestarnos, no
por su falta, sino porque deseábamos
aquello que teníamos. ¿Y vos,
por qué deseaste de repente otra
vanidad y otro viento? ¿Te aburría
la textura arenosa de la fruta,
la persistencia del conocimiento?
Que te fuiste, se sabe. Y se borró
detrás de vos la puerta que cruzaste.
Extrañabas el hambre. ¿Ahora comés
o elegiste ayunar? ¿Algo te abriga?
¿Alguien? Yo, si querés saber, aún vivo
en el deslumbramiento de esta zona
sin puertas: el jardín que me dejaste.
(En el blog no aparece el poema en el idioma original).
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