Ariel Williams (Chubut),
Discurso del contador de gusanos, el suri porfiado, noviembre de 2011.
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Pensar es como si alguien se muriera lentamente. Desde adentro, casi
sin saberlo. Los pensamientos me violan. Soy pensado, soy dicho. Las
cosas son pantallas de un río asesino inocente. ¿A quién culpamos por
un pensamiento? Pero vino. Pero pasó, estuvo aquí. Vuelve, a veces.
Salgo a caminar, entonces. Las cosas son paneles de sombras. Paso al
lado de un árbol. Sisea. La sombra extraña alta siseante. Unas
personas vienen por la vereda del frente. Conversan. Todo podría ser un
teatro. Ellas, estar actuando. Con perfecto acabamiento de sombras de
colores. Sombras llenas como si fueran carne, como si fueran seres.
Arriba, el cielo como una sombra azul que amenaza. Una mantarraya
gigante celeste pasando por el universo. Durante milenios, es nuestro
cielo. Pasa. ¡Saludos a la tierra! Cuando me vaya, cuando termine de
pasar, se van a quedar solos. Firmado: un dios.
Pensar es morirse como un cielo que se va.
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Ninguna conversación. Encerrado en mi casa. Junto al calefactor. No
hay descanso. Mi cabeza es un pueblo salvaje. Como si pasaran gatos
haciendo ruido en el techo. Pensar. Dios podría haber venido. Por la
calle pasan chicos gritándose. En el tumulto de las sensaciones. No hay
un pescador. Peces plateados a una velocidad infernal. Ni siquiera los
veo bien. Ni siquiera estoy seguro de que sean peces. Ni siquiera
estoy seguro de ser yo el que los ve.
Quién es mis ojos. Estoy en una mirada que no soy. Y no por la
famosa sospecha. No. Sino porque yo estoy en unos ojos que no son yo.
Quién produjo los ojos en el mundo. Qué ser extraño y pacífico se alió
de golpe con otro ser y se fue haciendo sus ojos. Todavía hay algo de
ese ser foráneo en los “míos”.
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Cuatro preceptos. No muchos. Porque muchos preceptos multiplican los gusanos.
Primero: no admitir ningún pensamiento hasta que haya llegado por lo
menos al estómago. O al hígado. En general, después de unas
cutrocientas treinta zancadas y tres vasos en el bar. Momento de la
tarde en que se asume que el pensamiento está ahí.
Segundo: dividir al pensamiento en tantas zancadas y vasos como se
sienta necesario para poder ser uno mientras dura su transcurso.
Tercero: dirigirlo ordenadamente hacia su fin. El final de un
pensamiento es como el de una persona: de la cabeza al ano, de los pies
a la boca. Lo que se dice se camina.
Cuarto: si el pensamiento viene muy complejo, apurarlo de un solo trago.
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Nada que temer ni que esperar después de esta vida. Lo mismo que las
moscas y que las hormigas. Los espíritus animales. Van por nuestros
cuerpos desiertos dando vida. Yo nunca fui hermoso. La gente hermosa,
qué misterio. Qué espíritus la atraviesan. Todos queremos tocar, ver,
besar. No hay nada detrá de esa belleza. Salvo un ser que también tiene
miedo. Cosas parecidas. De dónde vienen los pensamientos. ¿De inmensos
espacios celestes? ¿De la nada? ¿De un espíritu animal? O son animales
mismos, alargándose y saliendo de nosotros. Pasándonos, venidos de
otro lado. Las personas hermosas. Qué sé yo si no son seres pálidos que
cargan tenias.
La hermana prima entra al agua. Sola. Hermosa. Nadando hasta el
centro del río. La veo desde la orilla. El sol la sigue. Ojo alto.
Quiere saber.
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